Bueno, desde el año pasado no he vuelto a publicar nada, pero hoy me he sentido con ganas, y aquí os dejo una nueva entrada.
Como ya os habréis dado cuenta me apasionan los animales, y esta entrada trata sobre unos de mis animales. En Julio de 2012, el veterinario vino a hacerle una ecografía a mis dos yeguas, ya que pensábamos que ambas estaban preñadas. Tras la ecografía el veterinario nos dijo que nos habíamos equivocado, que ninguna estaba preñada, y mi familia y yo nos quedamos con la boca abierta, las yeguas habían engordado tanto que pensábamos que el caballo había conseguido preñarlas, pero no fue así. Como teníamos tantas ganas de tener un potro mi padre decidió comprar uno, así que después de varias llamadas a nuestros contactos, encontramos un posible fichaje. Sobre el día 15 de Julio decidimos ir a ver al potro hasta el lugar en el que se encontraba, fuera de nuestra provincia. Nosotros íbamos sin haber visto ninguna foto del animalillo, pero nos fiábamos del dueño. Cuando llegamos allí vimos a un potrejo de 5 meses, castaño, con la crin y la cola rapada, al que se le notaban las costillas. A mí en el primer momento no me gustó nada, era pequeño y flacucho y tenía un aspecto raro. Pero a mi padre le gustó, le vio un animal dócil, cariñoso, y sin consultarnos nada le dijo al dueño que le compraríamos. Tuvimos que decirle que volveríamos en un par de semanas, porque necesitábamos aclimatar nuestras instalaciones para él. El primer fin de semana, para allí íbamos mis padres, mi hermano de diez años, mi abuelo y yo, todos en el coche. Llegamos a la finca en la que ya habíamos estado anteriormente, y en la que se encontraba nuestro futuro caballo. Le sacaron de la cuadra, con su cabezada de cuadra, no sabía que cuando le tiraban del ramal(cuerda que se engancha en la cabezada para llevar al caballo) él debía andar detrás la persona, parecía un bebe humano que todavía no sabía andar. Entre mi padre y el dueño le subieron en brazos al van(carro para transportar caballos), no pesaría ni cien kilos. Yo cerré las puertas del van mientras mi padre se despedía del dueño de nuestro futuro potro. Montamos en el coche y salimos de vuelta, cada media hora parábamos para ver si el potro seguía de pie o se había tumbado. El camino fue tranquilo, cuando llegamos a la finca en la que el potro se iba a quedar le volvimos a bajar en brazos, le metimos en su cuadra y le dejamos tranquilo. En ese mismo día fuimos a verle por lo menos unas seis o siete veces.A mi seguía sin gustarme demasiado pero con el paso del los días he acabado queriéndole. Los primeros meses le echábamos su pienso en el comedero y no podíamos acercarnos a él ni tocarle, porque nos pegaba coces y nos mordía, nos informamos de por qué podía ser y nos dijeron que era porque de pequeño había pasado mucha hambre. La primera semana le costó andar detrás de mi cuando le tiraba del ramal, pero acabó por acostumbrarse, la segunda semana le saqué fuera de la finca, y en un momento en el que me despisté él se asustó y empezó a correr, y me tiró al suelo, yo sabía que era porque se había asustado y porque yo estaba distraída porque él no tenía la suficiente fuerza como para tirarme si yo hubiese estado atenta, me levanté y seguí andando a su lado. Esa misma tarde le volví a sacar pero no me tiró, fue diferente, se giró rápidamente y me dio un par de coces, enfadada decidí guardarle y no sacarle más. Mis padres me dijeron que era normal que era pequeño y que no estaba acostumbrado, pero mi enfado estaba por encima de todo. Aunque estaba enfadada con él seguía subiendo todos los días varias veces a verle, no le sacaba de la finca, por miedo, así que mi padre se encargaba de sacarlo. Se me pasó el enfado, le sacaba todos los días, ya no me tiraba ni pegaba coces. Se ha ido haciendo grande,ya medirá 1,45 m aproximadamente, y en Febrero cumplirá un año. Ya le he puesto una manta por encima, y aunque reacciona raro hay que ir acostumbrándolo porque en dos años tendré que subirme encima y conseguiremos galopar incansablemente por el campo hasta que se haga de noche. Asumo que al principio me pareciera feo y escuálido, pero cada día me va gustando más, y ya no imagino dejar de jugar con él y de corretear por la finca juntos. Él es cariñoso conmigo y yo con él, nos queremos mutuamente, y en un futuro pasaremos a ser uno cuando le monte, al igual que soy uno con mi yegua Lola. Ya iré contando más acerca del potro, que por cierto, se llama Ratón.
No hay comentarios:
Publicar un comentario