Cuando tenía once años mis padres me apuntaron a clases de equitación por primera vez. La verdad es que aprendí muy rápido a sujetarme encima del caballo, pero había una cosa que me daba mucho miedo, galopar, tenía pánico cuando la profesora me mandaba galopar y yo no podía.
Pero un viernes noté a mis padres muy nerviosos cuando llegué a mi pueblo después de las clases de equitación. Mis padres me pidieron muy impacientes que les acompañara a una parcela que tenemos cerca de nuestra casita. Cuando llegamos me dieron la gran sorpresa de mi vida, me habían comprado un caballo. En ese momento pensé que me habían engañado durante varios meses, porque yo pensaba que en esa parcela mi padre iba a meter gallinas .Al día siguiente de que mis padres me dieran mi regalo yo fui contando a toda la gente que me encontraba por el camino que mis padres me habían regalado un caballo. Fue el fin de semana más felíz de mi vida. A partir de entonces no he dejado de montar a caballo, y no lo dejaría por nada del mundo. Aprendí a galopar yo sola montando a mi yegua blanca el primer día que la monté. A partir de entonces no he dejado de galopar con ella.
No hay comentarios:
Publicar un comentario